El 31 de julio, llevé a mi perrita Abbey a un hospital veterinario debido a una tos persistente y otros problemas de salud. En esa ocasión, salió del consultorio con un tratamiento que incluía antibióticos. Sin embargo, el 20 de octubre, Abbey fue sometida a una intervención quirúrgica para tratar una hernia estrangulante que afectaba su vejiga.
Durante la operación, el veterinario descubrió un carcinoma en su boca, lo que complicó aún más su situación.
Desafortunadamente, tras la cirugía, el estado de Abbey se deterioró rápidamente. El 1 de noviembre decidí llevarla a urgencias, donde le administraron una inyección para aliviar su sufrimiento.
Sin embargo, al ver que su condición empeoraba, mencioné al veterinario de guardia la necesidad de considerar la opción de la sedación. Me programaron una cita para el día siguiente, pero tuve que esperar más de una hora mientras otros animales eran atendidos.
Curiosamente, un perro en condiciones similares a las de Abbey recibió prioridad para el procedimiento de sedación.
El dolor de una despedida
Decidir llevar a una mascota a un proceso de sedación es uno de esos momentos desgarradores que uno puede experimentar. En esos instantes, se busca el apoyo y la comprensión del veterinario. Sin embargo, al llegar el profesional, me encontré con una situación desalentadora: no mostró interés en Abbey ni en mí. No se dignó a preguntarme sobre su estado ni a establecer contacto visual. Lo que esperaba era un mínimo de empatía y conexión, algo que resulta básico en un momento tan crítico.
En lugar de eso, la perrita fue inundada con medicamentos, tratamientos que, aunque necesarios, no se podían devolver y que lamentablemente solo parecían generar ingresos para la clínica. Este tipo de experiencias llevan a reflexionar sobre la verdadera naturaleza de algunas prácticas veterinarias y la falta de sensibilidad que pueden tener algunos profesionales.
Un legado de advertencia
La carta que dejo tras la partida de Abbey no es solo un lamento, sino también una advertencia para otros dueños de mascotas. Es fundamental no dejarse engañar por promesas y discursos de clínicas que priorizan el lucro sobre el bienestar de los animales. Buscar veterinarios que realmente se preocupen por el bienestar de nuestros amigos peludos y que valoren a sus dueños es crucial. Estas son las personas que deberían ser nuestra primera opción, no aquellos que operan como fábricas de ingresos.
Reflexiones sobre la atención veterinaria
La experiencia vivida con Abbey me llevó a cuestionar seriamente el sistema de atención veterinaria. Las clínicas deberían ser un lugar donde los dueños de mascotas se sientan apoyados, no solo en términos de tratamiento sino también emocionalmente. La conexión humana es vital; los profesionales deben ser capaces de ofrecer apoyo y comprensión en momentos de crisis. No se trata solo de realizar procedimientos, sino de construir una relación de confianza con aquellos que confían en ellos.
La sanidad animal debería ser guiada por el amor y la compasión, en lugar de ser un mero negocio. La búsqueda de la solución más ética para una mascota no debería ser una lucha entre lo que es financieramente conveniente y lo que es correcto. Los dueños merecen ser tratados con dignidad y recibir la atención adecuada, no solo en lo que respecta a la salud de sus animales, sino también en su bienestar emocional.
La importancia de elegir sabiamente
Al final, la experiencia con Abbey me ha enseñado la importancia de elegir sabiamente a los veterinarios que cuidan de nuestras mascotas. No todos los profesionales son iguales, y es vital encontrar aquellos que realmente se dediquen a su bienestar. La salud y la felicidad de nuestras mascotas dependen de ello. No se debe escatimar en la búsqueda de un veterinario que comparta nuestros valores y entienda el profundo lazo que tenemos con nuestros animales.